No tengo dudas de que cuando ese niño con parálisis cerebral y ese niño con una pierna se desplazaban en el escenario inaugural de los juegos Para Panamericanos en agosto del año pasado para contar una historia hasta convertirse en adultos que conquistaban una cima, solos pero juntos, prendió una flama que hoy ya llegó a la industria de los contenidos local, y de la que cada vez más marcas sienten que necesitan ser parte, esperemos, fuera de la sobrepromesa.
Cuando decimos que la representación importa, es porque realmente importa, pero no solamente para una comunidad reducida, sino para todos sus interlocutores. Poder ver validado por el Estado peruano, en un espacio público, con transmisión masiva, para atletas en un evento de alto rendimiento, fuera de la tradicional visión caritativa o empobrecedora, fue un hito para las diversas comunidades de personas con discapacidad, sí, pero abrió una veta desconocida hasta entonces en quienes podemos considerarnos personas promedio o estándar desde un punto de vista de facultades de uso del cuerpo. Los líderes de la industria comenzaron a entender que esta visibilización no tiene que ver con el mindset del nicho de mercado y que, por lo tanto, su negocio no peligraba. Que no se trataba de vender productos micro targeteados, sino de sumar a la conversación elementos correspondientes a la comunidad humana para lograr algo que las industrias conocieron, para mi sorpresa, demasiado recientemente: la empatía.
¿Es una moda? Puede ser, para muchos, el hablar de lo que todos hablan, sí. Eso no es nuevo, pero como la ropa de mala calidad, cede rápido. Sin embargo, esta nueva conversación proviene de una tendencia auténtica y con más arraigo: la deconstrucción de paradigmas de “normalidad”. Primero pasamos a deconstruir el género desde la sexualidad. Empezaron a visibilizarse gays, lesbianas, bisexuales y pansexuales y se habló de nuevas formas de amar (e incluso de nuevos tipos de relaciones afectivas). Como nadie le gana al amor, la batalla comunicacional tiene muchos puntos acumulados por ahí. Luego, se visibilizó otras formas de ser hombre, mujer, ambos o ninguno de ellos y se visibilizó las diversas identidades de género, tanto de quienes intervienen su cuerpo como de quienes se cuestionan roles antediluvianos: nuevas masculinidades, nuevas feminidades. Se pasaron a cuestionar los roles de género, desde el hogar hasta el consumo (de cerveza, el más reciente). Si ser mujer o ser hombre conocía muchas fórmulas y ninguna de ellas tenía por fin hacer feliz a nadie más que a uno mismo, se abrió la tendencia del body positivity. ¿Qué obtienes de deconstruir el género, los roles y, finalmente, el cuerpo? La mesa estaba servida para poder poner los ojos en quienes ven con otros sentidos, en escuchar a quienes sienten las vibraciones y hablan con las manos, en sentarse con quienes no pueden ponerse de pie pero no paran de moverse, en estar a la altura de quien ve hacia arriba constantemente. La deconstrucción de lo que los anglófonos llaman ableism.
¿Confundo temas? No. Porque junto con la tendencia general de la deconstrucción de las identidades está la interseccionalidad. Entender que las identidades no viven solas: no se es sólo mujer, sólo LGBT, sólo de un tipo de cuerpo, sólo persona con discapacidad (PcD), sólo de una clase social, sino una ecuación personalizada que determina experiencias de vida totalmente distintas para quienes viven cada ecuación. En el Mes de la Mujer, hablar de interseccionalidad es lo nuevo importante, y vamos a seguir deconstruyendo, no por moda, sino porque este es el momento de la habilidad de empatía para una industria que recién está aprendiendo a hablarle a gente de la que le dio tanto miedo hablar antes.